Cartago había sido fundada por Dido, hija del rey Muto de Tiro y esposa de Sicarbas, rico sacerdote de Heracles que murió asesinado por Pigmalión, el hermano de Dido, que deseaba atesorar las riquezas de su cuñado. Durante el sueño el fantasma de Sicarbas advirtió a su viuda de las funestas intenciones que Pigmalión tenía para ella y Dido se vio obligada a armar una pequeña flota e iniciar un viaje por mar huyendo de Tiro en busca de nuevas tierras. Tras diversas peripecias arribaría a las costas de África donde negoció con los lugareños que podría establecerse en la tierra que pudiera ser cubierta con la piel de un buey. Dido supo cortar la piel en finísimas tiras y sobre esa modesta superficie levantó la ciudadela de Birsa, que sería el origen de la ciudad luego conocida como Cartago.
Esas mismas crónicas nos siguen narrando como Yarbas, rey de los gétulos, enamorado de Dido, pretendió su mano, negándose de forma tajante la reina de Cartago, que había prometido ser fiel a la memoria de su fallecido esposo. Prefirió, incluso, la muerte en las llamas de una pira antes que romper su juramento. Esa acción fue muy elogiada en la antigüedad, llegando los hombres a rendir a Dido honores de diosa.
No consideró Virgilio, a fin de cuentas un poeta, que desde los tiempos de la caída de Troya hasta la fundación de Cartago hubieron de pasar, al menos, 300 años, de forma que al escribir su inmortal "Eneida" no tuvo ningún reparo en hacer que al arribar el héroe Eneas a las costas norte africanas recalase, precisamente, en Cartago siendo recibido por Dido y naciendo entre los dos una profunda relación amorosa, que habría de ser cantada, desde entonces, por diversas poetas a lo largo de los tiempos.
Yarbas, el pretendiente de Dido, pidió a los dioses que impidieran ese amor, que tampoco era grato a Zeus, que tenía reservado a Eneas para otros altos designios. Pronto nuestro héroe se vio obligado por mandato expreso del dios, a embarcarse de nuevo rumbo a Sicilia, desde donde se trasladaría al Lacio en donde fundaría la ciudad de Lavinio, sentando los orígenes de una nación, Roma, que habría de dominar el mundo.
Tras su llegada a Italia Eneas vino a significar el papel de padre mítico de Occidente, legitimando los orígenes de Roma al entroncarlos con lo más rancio del mundo clásico griego. Se valoró, además, muy especialmente en la antigüedad el hecho de que Eneas fuese hijo de Afrodita. La familia Julia, con César en primer lugar, se vanagloriaba de ser descendientes de Eneas y por tanto de la propia diosa, asimilada a la Venus romana.